
DE LA GEORREFERENCIACIÓN Y SUS PRESUNCIONES
La georreferenciación es como una escopeta de feria: por desconocimiento o por interés puede no tener la precisión necesaria y, en cuanto la disparas, te planta el perdigón 10 metros a la izquierda. Cuando esto ocurre, puedes darte cuenta de que algo va mal o puedes quedarte mirando hacia la diana, entornar los ojos y preguntarte donde narices le has acertado.
Para lo primero, hace falta disponer de datos e información que nos permitan valorar analíticamente los resultados, fundamentar una opinión y tomar las decisiones oportunas. El problema es que, aunque en ocasiones los resultados cartográficos de inmuebles georreferenciados carecen de esos datos, la georreferenciación sigue presumiendose precisa y de calidad cuando su variabilidad puede ser inmensa —el segundo caso de la escopeta—.
La Guía para la expresión de la incertidumbre de la medida (GUM, por sus siglas en inglés) editada por el Centro Español de Metrología (CEM) establece en su introducción que “A la hora de expresar el resultado de una medición de una magnitud física, es obligado dar alguna indicación cuantitativa de la calidad del resultado, de forma que quienes utilizan dicho resultado puedan evaluar su idoneidad. Sin dicha indicación, las mediciones no pueden compararse entre sí, ni con otros valores de referencia dados en especificaciones o normas. Por ello es necesario establecer un procedimiento fácilmente comprensible y aceptado universalmente para caracterizar la calidad del resultado de una medición; esto es, para evaluar y expresar su incertidumbre”.
Así, en un momento en el que la tecnología nos permite georreferenciarnos, que no es otra cosa que posicionarnos globalmente sobre la Tierra, con casi cualquier dispositivo móvil —tablets, smartphones y si me apuras, hasta el fitbit—, es importante conocer la incertidumbre de las medidas (concepto cuantitativo de la exactitud) para no llevarnos sorpresas y saber hasta que punto pueden sernos de utilidad los datos que manejamos, sobretodo si hablamos del aseguramiento de la propiedad inmobiliaria. En estos casos, tan precisa debe ser la forma de adquisición de los datos —el levantamiento topográfico— como su posicionamiento sobre la Tierra —la georreferenciación—.
El problema de la georreferenciación es que, aunque el punto de referencia de dos resultados sea el mismo, estos resultados pueden no ser iguales en su condición de exactitud.
Por ponerte un ejemplo, tanto tu como yo estamos en el entorno de mi ordenador, pero yo lo estoy con una incertidumbre de un metro mientras que tu puedes estarlo con hasta varios cientos de kilómetros. Siendo la primera parte de la frase una afirmación innegablemente cierta, es el dato de incertidumbre el que resulta fundamental para valorar la calidad de la “ordenador-referenciación”.
Esa variabilidad de incertidumbre existe, no obstante, porque no todos los datos geográficos requieren de la misma exactitud. Lógicamente, si viajamos en automóvil, no necesitamos más exactitud que la que nos proporciona el navegador, que suele estar entre los cinco y los diez metros —y aún así no es el grado más alto de incertidumbre en una georreferenciación—. Sin embargo, si lo que pretendemos es conocer con exactitud la posición el lindero de un inmueble, es facil comprender que la exactitud debe ser, como mínimo, centimétrica.
En el caso concreto de la propiedad inmueble, lo importante no es sólo cual es su forma y cuales sus dimensiones —la posición relativa obtenida en el levantamiento topográfico—, sino tambien donde se encuentra situado en relación con otros inmuebles —su posición absoluta derivada del proceso de georreferenciación—; porque nuestro inmueble no llega “hasta donde tribute 50 €”, sino “hasta
el pie del muro tal”, “el reguero cual” o “la finca de fulanito por la linea
de estacas”, y estos elementos se sitúan geográficamente sobre el marco global que es el planeta.
El problema, en definitiva, no es el proceso de georreferenciación en sí mismo, que en la mayoría de los casos puede ser correcto. El problema es que muchas veces ocurre que algunos técnicos —y no tan técnicos—, por el desconocimiento o el interés, terminan
por instrumentalizar los datos geográficos y la información que se guarda en esos
datos, haciendo pasar por preciso algo que no lo es en absoluto. Es decir, el proceso puede ser el correcto, pero el resultado no será el más apropiado.
Es por todo ello que resulta buena praxis, en general, expresar y justificar los términos de incertidumbre de los datos con los que se trabaja, así como también lo es exigirlos si no nos los facilitan.